viernes, 10 de diciembre de 2010

La casa vieja

Hace dos semanas estuve en Punta Arenas, en un viaje relámpago que no dejó de asombrar a mis padres, quienes pensaban que aún quedaba 20 días para vernos.
Este postergado viaje tenía una única razón, y era despedirme definitivamente, no de ellos, porque en una semana podré abrazarlos nuevamente bajo el calor capitalino, sino de Bartola (mi cachorra bella) y de mi casa, la casa donde llegué con apenas unos meses que fue mi refugio durante casi 3 décadas.
La casa estaba casi igual que la última vez que la vi, excepto la notoria ausencia de varios muebles y mi cama, por lo que accedí a dormir esos dos días en el sillón. Mi dormitorio aún pintado de rojo, amarillo y azul, tal cual lo dejé, pero con mis escasas restantes posesiones embaladas en cajas de cartón. Las repisas, ya vacías, me provocaron una nostalgia increíble y por un momento volví a verlas llenas de mis libros, cuadernos, apuntes y albumes fotográficos.
A mi propia manera, le dije adiós... y crucé por última vez el marco de la puerta, con una lágrima que se resistía a salir...

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